Acerca del "Yo"

Dos son las causas directas (en la medida en que algo pueda ser causa de algo más) de la presente entrada: Saber del gran auge comercial del que goza el Yo de Martin y una cierta discusión sostenida con unos ciertos colaboradores en una cierta clase de literatura en un cierto lugar (y repárese en todas las certezas que ello implica). Decía pues que, a raíz de lo anterior, me di a la tarea de investigar aquello que antes mi ingenuidad me impedía prever: La inminente publicación de ensayos de seriesísima índole respecto a la autobiografía de Ricky Martin.

No faltará aquél sabio, culto, intelectual, pensador o docto animal de otro tipo, que sospeche de mi descubrimiento. Contra sospechas tales no puedo hacer sino remitirlos al mismo autor del texto que aquí les expongo: Elías Z. Elizondo. Es sobre él que deben recaer todas las diatribas, es sobre él que deben recaer también todas las alabanzas. El texto que aquí les presento fue publicado en la revista Littera et Absentia, no. 253, Buenos Aires, 2010. Desgraciadamente no pude recuperar el ensayo completo y sólo pude hacerme de unos cuantos fragmentos dispersos que ordené acorde a la disposición que impone la naturaleza (¿?). Espero no fallar por lo anterior a la nobilísima intención de Elizondo, indudable autor del texto.



¿Por qué regalar un libro?

No hay ninguna buena razón para regalar libros, tampoco hay malas. Si me preguntan por qué regalo libros nunca recurro a alguna de esas obviedades del tipo “doy conocimiento”, “forjo el futuro de nuestro país”, “ayudo en la formación de personas pensantes”. No, la razón más sencilla y honesta para regalar un libro siempre es volitiva: me dieron ganas y ya.

Siempre hay dos clases de regaladores: quienes regalan lo que ya conocen y saben que les gusta, y quienes regalan lo que la otra persona quiere. ¿Quién tiene razón? Ambos. Siempre depende del gusto de la otra persona el que un regalo sea realmente significativo o no. Ahora, surge una pregunta que siempre nos hacemos cuando ya hemos decidido regalar un libro, ¿cuál regalo?

No quiero satanizar ninguna conducta, pero, igual que con cualquier regalo, lo más caro o lo más novedoso no siempre es el regalo ideal. Los libros en vitrina generalmente no son los libros que alguien quiere. Todos tenemos “gustitos” secretos, esas cosas que nunca le decimos a nadie que nos gustan porque creemos que nos van a tomar por enfermos mentales, inmorales, degenerados, aburridos, (añada aquí el adjetivo que usted quiera).

Lo primero que debemos saber es cuál es ese gusto secreto, a veces, pongamos un ejemplo, la ropa nos indica estas cuestiones aunque no es un método 100% confiable. Quizás una persona que siempre prefiere ir vestida de negro es fan de libros policiales, de horror, de vampiros o de zombies. Otro criterio es la moda: si quieres regalar un libro a alguien que sólo lee porque le gusta presumir que lee, cualquiera de los libros anteriores es un excelente regalo porque están de moda.

Un error común es asumir que los clásicos son “neutrales” en cuanto a que nunca se meten a tratar problemáticas sociales, religiosas, políticas, etc. Crimen y castigo de Dostoievski es el relato de un martirio moral que además se extiende al lector no sólo por los sufrimientos y cuestionamientos del personaje, sino por sus cientos de páginas que parecen no tener fin. Quizás el caso más paradigmático de un libro clásico ultra escandaloso sea la Comedia de Dante, especialmente el “Infierno”. Dante es un crítico implacable de su tiempo, al grado de “condenar” al infierno a pontífices, obispos y reyes, entre otros. Sea como sea, para quien prefiere la lectura de largo aliento, los clásicos son buenos cumpliendo este parámetro.

Una vez que sabemos cuál es ese gusto oculto, la manera más sencilla de saber cuál libro trata sobre eso es preguntar. En la mayoría de librerías, quienes atienden a los clientes saben bastante de lo que conservan en sus anaqueles, es sólo cuestión de pedirles ayuda e indicarles el tema. De hecho, pero esto no lo vaya usted a divulgar, esas preguntas les alegran la tarde, así que hay ahí otra razón para llegar a preguntarles.

La última recomendación: cuando ya sabemos qué libro es el indicado para regalar siempre es bueno darse una vuelta por las librerías de viejo. Libros usados, sí; libros viejos, a veces; libros feos, nunca. Lo que buscamos cuando vamos a una librería de viejo es el precio. Para quienes tienen los bolsillos apretados, esta es una excelente opción.

Para quienes prefieren la lectura corta, los cuentos o las minificciones son lo que quieren; para los intelectuales de clóset, siempre puede recurrirse a libros de historia, poesía, filosofía; para los tímidos, no hay mejor remedio que un libro atrevido; para quienes no salen mucho de vacaciones, libros de aventuras; para los amorosos, novelas de amor (aquí me permito recomendar Noches blancas de Dostoievski). Para todos hay un libro adecuado, la verdadera pregunta no es la que da título a este texto, sino, ¿por qué usted todavía no regala un libro?

Publicado originalmente en Contacto, Guadalajara, diciembre, 2010.

Imagen Vía Gentedellibro

Poesía y brevedad: a propósito de Boa de Ángel Ortuño

La fuerza de los géneros breves de la literatura es directamente proporcional a su longitud. Máximas, aforismos, apotegmas, sentencias, epigramas, todos son muestras del pensamiento condensado, de la idea capturada, a modo de instantánea, en una vasija de palabras. El aforismo, en palabras de Steiner, “se acerca a la condición de la poesía” por la impresión profunda que conlleva, por la aspiración de permanencia que su intensidad intenta y por la ardua tarea que conlleva la construcción de significados por parte del lector. El aforismo siempre implica armar un rompecabezas, pero también implica estar consciente de que nunca habremos de armarlo por completo: habrá piezas sueltas que señalan otras maneras de armar o piezas ya ensambladas que parezcan más propias de otros rompecabezas.
Lo verdaderamente atrayente de la brevedad es el ingenio. La puesta en escena de actores tan diversos que aprenden a convivir del mismo modo que una metáfora dentro de un poema. El breve sablazo de autoridad y austeridad propio del aforismo está presente, con mayor o menor frecuencia, en Boa (Mantis, 2009) de Ángel Ortuño (Guadalajara, 1969).
Las sentencias frías y definitivas pueblan los últimos versos del poemario e indican una frecuente alusión interna a otras sentencias. Uno de los puntos bajos de este conjunto de poemas es su heterogeneidad: las múltiples formas métricas, la falta de coherencia general con respecto a un tópico o idea central, varios factores confluyen para indicar que nos encontramos ante un trabajo poco estructurado. Sin embargo, la cohesión se logra, al menos aparentemente, mediante la brevedad.
Invariablemente, tras la lectura de un poema cualquiera siente el lector la sensación de vacío, como si fuéramos conducidos a través de un embudo y no supiéramos cómo ni cuándo acabamos de bruces en el suelo. De ahí provenga, quizás, la consiguiente sensación de desconcierto o confusión que cada texto genera, no tanto con respecto a su significado como a la desalmada disposición de los versos.
Locutorio
No sé dibujar
sino pies egipcios, escribir
en las paredes de una cabina telefónica
en El Cairo, suicidarme
La constante aparición de cesuras, los encabalgamientos que nos obligan a mirar atrás en busca de referentes (en muchos casos inexistentes) dan pie a este sentir. Pero debe aparecer hacia el final del poema la sentencia que otorgue un dejo de narratividad a los poemas, que fuerce al lector a buscar entre sus restos y escuetas pinceladas la respuesta a la famosa pregunta académica: ¿Y esto qué?
y tal vez
conducir ambulancias.
Nunca he sido un gran afecto a la poesía callejera contemporánea, es decir, la poesía que se ciñe a la expresión cotidiana de lo cotidiano. Y permanezco en mi postura, especialmente en el caso de la poesía mexicana contemporánea que parece hundirse cada vez más en el fango de sus autoadulaciones. Sin embargo, en Boa hay una constante sensación de sentirse invadido, como si las palabras leídas en realidad las susurrara un ángel caído a nuestras espaldas, mientras bebemos la taza de café en compañía de un cigarrillo y el constante alarido de los automóviles.
Como en Charles Simic, en Ortuño hay un elemento sutil y poco visible que se apodera de los poemas y toma al lector por el cuello: la obsesión por el detalle, la minúscula observación de las vanidades. La contemplación de las cosas las cambia, las transfigura. Un hombre, bien mirado, podría llegar a ser un despojo; con un lente adecuado, la Conquista de México puede llegar a ser el Diluvio bíblico atrasado; una boa que digiere un elefante puede, sin duda, ser un sombrero.
Esta retórica de la ilusión, de la mirada engañosa (en la misma forma que una boa traza su irregular paso), contribuye al sentido de invasión privada, como si los poemas nos indicaran directamente como los únicos receptores posibles. Añádase la inclusión de frases del siguiente tipo: “Por supuesto”, “Desde luego, me dirás”, “tengo pruebas de ello, por si me lo preguntan” y queda claro que la cotidiana expresión en la poesía de Ortuño se construye en la expresión y no en el significado.
Igualmente desconcertantes son los títulos de los poemas. Si entendemos un título como una guía sumamente condensada (quizás la forma más compacta del aforismo) de lectura, los títulos de estos poemas no cumplen su función. Ahora bien, la repetida incursión en aparentes extravagancias del tipo: "Habilidades premórbidas", "Experimentos de desconexión funcional", "Suma de indecorosa apropiación" como títulos que guardan una dudosa relación con su contenido, esta constante aparición sólo puede indicar un deliberado intento de ampliar las posibilidades de lectura del poema. Aquí, más que en cualquier otro lugar, entra en juego la llamada retórica de la ilusión: el engaño consciente del lector le da un espacio prácticamente ilimitado para deliberar sobre los poemas. Sumamente apreciable es la relevancia que nos otorga como lectores y la puesta en práctica de una verdadera multiplicidad de lecturas. No son sólo los poemas los responsables del significado, los títulos condicionan, permiten o relativizan cualquier lectura definitiva que se quiera dar al poema (en este caso, asumiendo un experimento deliberado en Ortuño, sólo quedaría como fallido el primer poema de la serie "Historia natural y moral de las Indias", el cual es bastante transparente en cuanto a la relación título-contenido del poema).
Ángel Ortuño no posee la falsa intención callejera de ahondar en las profundidades de la vida y la muerte mediante lo cotidiano. Antes bien, condena la cotidianidad a su existencia mundana (en el sentido más literal de esta palabra) y deja que la ironía y la nota mordaz se apoderen del texto. No es la suya una mirada triste, sino desencantada; pesimista, antes que realista; mordaz, antes que burlesca. Y con respecto a la función social de la literatura irónica, “comédica” (la palabra “cómica” implica otras cuestiones), mordaz, no soy yo el mejor expositor. Léase a Molière.

Imagen Vía Mitología Paraná

Discurso del acto académico de Letras

Me pidieron que les enviara este discurso y he decidido ponerlo aquí. Una muestra, más o menos fiel, de por qué Don Reyes nos ha catalogado como la generación de Los raros.

"Estimados asistentes, buenas tardes. Me encuentro frente a ustedes con la honorable labor de negar una serie de cuestiones. No es este el mejor momento ni el mejor lugar para las quejas, así que habrán de quedar de lado, lamentablemente. No pretendo hablar del futuro, las predicciones las dejo para nigromantes que seguramente debe haber por aquí. Si hablo del futuro con ustedes, quiero hacerlo hablando del pasado y del presente.

Recuerdo que hace casi cuatro años tuve una experiencia particular. Terminaba el semestre y un amable profesor, de cuyo nombre habrán de abstenerse, llevaba, cual adarga en ristre, una lista bajo el brazo. Después de sentarse y llamar a varios de los aquí presentes, llegó mi turno. La cuestión es muy sencilla, me dijo, ¿qué calificación mereces y qué calificación merezco? Obviamente, yo le espeté el primer número irreal que se me vino a la mente y él no estuvo de acuerdo. Le concedí un número altísimo y me vi forzado a justificarlo. Mira, don Profesor, la verdad, tu clase fue nefasta, me salí en varias ocasiones por tu continuo acoso a mi supuesta estupidez y jamás vi una retroalimentación de tu parte que fuera medianamente razonable, ¿por qué te doy esa calificación tan paradójica?, me preguntas.


Bueno, provocaste algo en mí que fue muy benéfico (y a la fecha sigue siéndolo): comprendí el concepto de duda razonable y jamás he vuelto a confiar en las palabras de un profesor; comprendí que en el tubo de ensayo que llamamos salón de clases sólo surgen experimentos, nunca conclusiones; comprendí que tu labor no es la del comprensivo y experimentado guía, sino la del despiadado buitre prometeico; comprendí el valor de los libros que no has leído y que incluso desprecias, la multiplicidad de voces que gritan en tu contra en las salas de una biblioteca; comprendí la razón que llevabas cuando me llamabas estúpido por el simple hecho de ser incapaz de devolverte el epíteto con justicia. Largo tiempo dije estas y otras cosas. Finalmente, nos insultamos con sincera cortesía y respeto y aceptamos nuestras respectivas evaluaciones.


Damas, caballeros y nigromantes, si recuerdo este episodio en este momento, no es sólo para hacer que este acto sea un poco más llevadero, menos académico y se alargue hasta cubrir el tiempo por el que nos han concedido este auditorio. Este relato, un tanto prodigioso y exagerado, es en buena medida una premonición de lo que supone la labor del estudioso de las Letras.


Quien quiera de ustedes, auditores, que se haga llamar Licenciado en Letras sabe que nuestra disciplina carece, de manera más o menos general, del rigor científico que otras áreas del conocimiento ejemplifican. Sabrán también que, por más bello que suene, la poesía, la literatura, no son el fin de una investigación académica. Sabrán, o supondrán, que fuera de este auditorio y dentro de él, el mundo nos es hostil y si no perteneciera a ustedes, también me odiaría. En este punto de mi habladuría, confío en que hallarán la manera de no condenarme a la misma suerte de malentendido que sufrió el “Ciego Dios” de Alfredo R. Plascencia sin haber escuchado el resto de la diatriba.


En este momento, compañeros y asistentes, no considero que estoy saliendo hacia el mundo como un profesional renovado, más bien me siento alumbrado como un activista más en la guerrilla del conocimiento. Mis armas, nuestras armas, no son nuestras plumas, como tanto nos han inculcado, sino nuestros libros. Nuestras ideas no son suficientemente poderosas contra el muro que se cierne sobre la Cultura con mayúscula.


Me siento gestado durante cinco años, alimentado con una composta hecha de libros aparentemente rancios e inútiles, miles de palabras sabias que aún resuenan en los corredores y que ahora comienzan a sonar a vanidades. Si hay una guerrilla, es sólo porque no somos aún lo suficientemente respetados fuera de nuestro propio círculo de focas chacoteras. Un lustro ha sido necesario para que podamos comprender, en toda su crudeza, la paradoja del mito de Prometeo, y yo me rehúso terminantemente a ver cómo los buitres se alimentan de mí.


Damas, caballeros, nigromantes y guerrilleros, ¿cómo puedo hablarles de nuestro futuro, como dicta la tradición del optimista orador, si las bases de nuestro presente se han asentado sobre otros que no somos nosotros? El respeto por nuestra profesión fuera de ciertos círculos es prácticamente nulo: ¿quién de ustedes no se ha encontrado con alguien que diga: “Qué bien, yo siempre quise estudiar Letras, me encanta leer” o “¿Estudias Letras? ¿Y en qué letra vas?”?


El letrado no debería ser aquel que se ha dejado seducir por todo lo que contiene letras, sino aquel que logra entender la magnitud de este fenómeno. Decía Antonio Porchia: “Cuando crees que me has comprendido, has dejado de comprenderme”, y es que entender la pluralidad de campos donde las letras ejercen un rol fundamental implica un proceso de reaprendizaje, apropiarse nuevamente de lo que creíamos comprendido. Y es que, en este sentido, nuestra labor como guerrilla del conocimiento se asemeja a las innumerables lecturas posibles de una sola obra literaria.


Si hemos de convertirnos en algún personaje de los tantos que conocemos, los exhorto a que seamos como Eco y aprendamos a convivir con todas las voces que resuenan dentro de nuestra propia voz, que reconozcamos, en el eco creciente de nuestras palabras lo que nos es propio y lo que no. Jean-Paul Sartre explicaba cómo es que “estamos condenados a ser libres”, damas y caballeros, yo he intentado mostrarles cómo es que estamos condenados a abolir incesantemente el escarnio público en nuestra contra y a hacer con nuestras voces un ariete que nos libere de la condena.


Gracias."

Poema visual de David Benedicte

Acabo de leer el poemario de David Benedicte titulado Biblia ilustrada para becarios y me he topado con pocas buenas, bastantes medianas y algunas malas experiencias. Aquí dejo una de las buenas. Espero tener la paciencia de hacer algunas observaciones a este tema de la poesía visual.
El poemario completo es accesible desde el diario ABC y dejo el vínculo directo acá.


Propiedad privada


Cuando cierro los ojos






todo lo que veo





es mío.


Texto accesible vía Diario ABC

Réplica a "¿Todas las lenguas del mundo son igual de complejas?"

Varios meses de ausencia y la actividad en la República parece indicar su inminente extinción. Aquí va algo para reavivar las cenizas. Soy, como lo atestigua la lista de páginas que los autores de este blog visitamos con frecuencia, lector de Genciencia.

Me he topado con un artículo del 4 de enero de 2010 que se titula ¿Todas las lenguas del mundo son igual de complejas? , el cual pueden leer presionando el título de esta entrada, donde se expone una opinión sobre un tema tan escabroso que puede dar motivos y argumentos para la alienación de grupos humanos con base en su lengua. Valga decir que mi fin no es humanitario ni social, sino ilustrativo; en palabras del Dr. Alfonso Gallegos Shybia, trato de rebatir a quienes están "razonando fuera del recipiente".

El día de hoy puse un comentario en este post en Genciencia y habré de reproducirlo aquí, con la esperanza de que el troll muso o un bienaventurado anónimo o nominado, den sus réplicas. Aquí mis palabras al respecto del artículo:
Me considero bastante afecto a las noticias y opiniones publicadas aquí. Excelente trabajo. Sin embargo, van dos ocasiones (este artículo es la segunda) en que quedo un poco confundido, dado que mis estudios se relacionan con la lingüística.
En cuanto a la teoría lingüística que elegiste para fundamentar tus comentarios, no opino nada, además de mencionar que no estoy a favor de las ideas de Chomsky ni sus herederos (léase, Steven Pinker). Fuera de esto, y de que el artículo está basado en dos citas textuales y no viceversa, el tema central, si la complejidad de una lengua depende de su contexto político, social, tecnológico, etc., me parece francamente absurdo.
Es cierto que Edward Sapir lo consideró relevante, por su afiliación antropológica como bien mencionabas, pero discutir sobre la complejidad de las lenguas y su relación con una especie de "estructura mental" más o menos desarrollada con base en su contexto, es una hipótesis descartada hace ya bastante tiempo.
Las lenguas codifican su complejidad en niveles distintos: por ejemplo, el español codifica su complejidad en la morfología, al igual que el italiano o el francés; el inglés codifica su complejidad en la sintaxis, igual que el alemán, el esloveno o el latín. Así, la morfología inglesa es muy sencilla (véase la conjugación de los verbos) y la sintaxis española es muy sencilla. Nada tiene que ver esto, hasta donde los estudios han podido descubrir, ni con el hablante ni con su lengua; son juicios de valor sin fundamento científico.
Hay que tener cuidado al hablar de lengua y dialecto. Los dialectos son las formas particulares mediante las cuales una lengua se habla en una región y cultura determinadas. Por ejemplo, tenemos la lengua española y sus varios dialectos: argentino, salvadoreño, cubano, mexicano, filipino, etc. Consúltese cualquier manual de Introducción a la sociolingüística para este respecto.
Muchas veces se argumenta, a favor de una supuesta complejidad lingüística, que la gramática es lo más importante o que la extensión de vocabulario es más importante, etc. Ambas posturas dependen solamente de sus autores, son opiniones, no hechos. Absolutamente todo lo que puede decirse en una lengua, puede decirse en cualquier otra. Las formas en las que se diga dependen, en efecto, de su léxico y de su gramática, pero también de su sistema fonológico, etc. El hecho de que el esquimal posea decenas de palabras para describir la nieve o el caso citado que "los agtas de Filipinas disponen de treinta y un verbos distintos que significan 'pescar', cada uno de los cuales se refiere a una forma particular de pesca", no refleja ni inferioridad ni superioridad de las lenguas citadas, sólo refleja una necesidad pragmática, es decir, es importante para ambos grupos humanos distinguir tantos tipos de cosas. En español, por poner un caso, podríamos decir lo mismo, aunque necesitáramos utilizar una perífrasis para expresarlo: nieve delgada, nieve buena para construir iglúes, nieve mala para lo mismo, etc.
Agradezco el espacio y, como ya me extendí, pongo la dirección de mi blog, en caso de que alguien tenga algo que replicar.
Saludos y felicidades por un excelente espacio de discusión.
Quedo a sus órdenes, lectores y comentaristas varios, para cualquier pedrada.

Vía Genciencia
Imagen National Academies Press

Cómo mamar con un lector

Domingo cualquiera es el presente. Día en que por dicha, desdicha o falta de salchicha (así reza el refrán) me encuentro aplastado frente a la computadora escribiendo nuevamente a mi lector hipotético favorito. Así que, estimado lector, vengo a ofrecerle uno de los detalles más interesantes con los que me he topado en este día: la Academia Mexicana de la Lengua.
Además de conocer su existencia, su dirección, el número, nombre y edades de sus miembros y la cantidad de mexicanismos que registra en su haber, también conozco la página de Internet. Lo que definitivamente no conocía era uno de sus artículos de más reciente adición: la entrada gloriosa se titula "mamar". Justo entre "mamado" y "mamarse" sobresale el nuevo artículo. Helo aquí.

mamada. f. Absurdo, despropósito.

mamado, mamada. adj. Borracho.

mamar. v. Extraer el miembro masculino de su depósito y succionar repetidamente con la boca. | v. Molestar, causar disgusto o pena a alguien. || ¡Ah, cómo mamas! loc. vulgar. Interjección que se usa para demostrar hastío y enojo ante las acciones de alguien. || Alma Marcela Silva de Alegría loc. vulgar. Nombre ficticio que se utiliza como albur y se transcribe 'al mamársela silba de alegría". ref. de significado claro. || como dice Don Mamarías Pérez, llégale. loc. vulgar. Refrán que significa retírate, vete o lárgate. || ¡no mames! loc. vulgar. Malsonante usado como interjección que se emplea para mostrar sorpresa, enfado o incredulidad.

mamarse. Emborracharse.
Independientemente de los bodrios de definición que se esbozaron para "mamada", "mamado" o "mamarse", "mamar" me parece un auténtico avance significativo en la crítica que la insigne Academia Mexicana está ejerciendo sobre su propio trabajo. La definición es a la actividad, quehacer, razón y existencia de los mexicanos lo que La Verdad, el Tiempo y la Historia de Goya (véase la pintura arriba) es a España.
Después de ver la definición de "madre" que ofrecían en su celebérrimo Diccionario de mexicanismos creí que jamás llevarían nuevamente su sapiencia a ese nivel. Un motivo de júbilo, gozo, pachanga y demás. Me siento ahora no sólo con el derecho, sino la obligación inmediata de mamar con ustedes, pero creo que no lo haré (no piensen mal, me refiero con "mamar" a la segunda acepción registrada).
Para mayores referencias, pueden dirigirse al sitio de la Academia Mexicana de la Lengua y felicitarlos de paso.
P.D. - Aún espero el glorioso regreso del Mesías Muso pues sé que, si hubiera alguien osado, él habría de mamar.

Imagen Vía Wikipedia

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