Crónica de un lector despreocupado
Publicado por Nástenka in Guadalajara, Opinion on 31 octubre 2008
No lo dijo. Pero en su atento mutismo dejó entrever un vivo interés en las ecuaciones y cuadrados de aquel libro que he terminado por admirar. Me quedé tramando un performance, que quizás nunca lleve a cabo: escribir unas breves líneas y pegarlas en un libro: "¿Qué me estás viendo?"; más de alguno habría de sorprenderse y/o golpearme, en fin.
¿Qué sucedió con aquel hombre cuando me bajé del camión? No sé, espero que haya encontrado otro vecino con quien seguir leyendo. Me tuvo bastante intrigado, para ser franco. Cada vez que cambiaba de página (yo), su cabeza repetía el ondular de las hojas; creo que eso debería ser la poesía en movimiento.
Otra anécdota: fui a comer a un restaurante la semana pasada. Lo primero que no pudimos dejar de notar al entrar fue una hoja con la leyenda: "Por favor pase a la caja a ordenar antes de sentarse". Tras seguir estas sencillas instrucciones, nos depositamos sobre las sillas a esperar la comida. Minutos más tarde, una elegantísima señora con sus tres sorgatones mantenidos (clase ilustrada típica del Rancho Grande de Guadalajara) empieza a quejarse del pésimo servicio; obviamente los meseros jamás llegaron a su mesa. Decide hacer el esfuerzo sobrehumano de levantarse de la mesa y cometer el deshonroso acto de pedir su comida junto a la chusma en la fila frente a la caja. Indignada, regresa a la mesa y empieza a aleccionar a los futuros presidentes de México (o, por lo menos, de Rancho Grande) así: "Cómo es posible que ni siquiera haya un letrero para avisar".
¿Qué sucedió con aquel hombre cuando me bajé del camión? No sé, espero que haya encontrado otro vecino con quien seguir leyendo. Me tuvo bastante intrigado, para ser franco. Cada vez que cambiaba de página (yo), su cabeza repetía el ondular de las hojas; creo que eso debería ser la poesía en movimiento.
Discutiendo sobre la recién descubierta mortalidad del cangrejo, recordé tantos textos, estadísticas, informes e improperios varios que abundan en la red sobre el "analfabetismo funcional" en México, la falta de lectura y, no es tan sorprendente, el hecho de que, en palabras de Guillermo Sheridan, "en México la clase ilustrada es aún más bruta que la clase iletrada" (acá está el artículo completo).
Esto, fuera de los alarmados brutos de clase ilustrada, no parece afectar a nadie. Al fin y al cabo, ¿de qué sirve recordar el nombre del caballo o la espada del Cid Campeador o el origen del nombre (completamente mexicano) Masiosare o que Sócrates era un vagabundo y pasó a la historia por eso o los nombres de todas las mujeres de Enrique VIII? No de mucho, al parecer.Otra anécdota: fui a comer a un restaurante la semana pasada. Lo primero que no pudimos dejar de notar al entrar fue una hoja con la leyenda: "Por favor pase a la caja a ordenar antes de sentarse". Tras seguir estas sencillas instrucciones, nos depositamos sobre las sillas a esperar la comida. Minutos más tarde, una elegantísima señora con sus tres sorgatones mantenidos (clase ilustrada típica del Rancho Grande de Guadalajara) empieza a quejarse del pésimo servicio; obviamente los meseros jamás llegaron a su mesa. Decide hacer el esfuerzo sobrehumano de levantarse de la mesa y cometer el deshonroso acto de pedir su comida junto a la chusma en la fila frente a la caja. Indignada, regresa a la mesa y empieza a aleccionar a los futuros presidentes de México (o, por lo menos, de Rancho Grande) así: "Cómo es posible que ni siquiera haya un letrero para avisar".
¿De qué sirve leer? De nada. Quizás leer le hubiera ahorrado un disgusto a Doña Náiz en el restaurante, lo cual hubiera ahorrado un disgusto al propietario y hubiera impedido estas líneas. Quizás leer a Monterroso o a Óscar de la Borbolla o a Quevedo pueda impedir el aburrimiento cotidiano y rescatar esa carcajada que muchos guardamos como si fuera oro. Quizás leer a García Márquez o a Fuentes o a Vargas Llosa nos recuerde por qué existen en el mundo libros buenos que no están firmados por ellos. Quizás leer a Machado o a García Lorca nos haga ver por qué se musicalizan sus poemas. Quizás leer...nos haga leer más, no por el simple acto mecánico de tener de qué hablar con tus amiguitos (o tal vez sí), sino por un puro afán de conocer, reír, masturbarse (también se puede hacer por medio de los libros), o por ninguna de las anteriores.
Yo no sé porqué leer. No pretendo convencer a nadie, pero algo deben de tener esos bultos de papel como para que se hayan prohibido en distintos momentos, en distintos lugares. Morbo, aventura, curiosidad en un viaje de microbús, ocio, no importa. Lo que sí sé, es que, en gran medida, los que leemos somos culpables del monopolio de lo bueno, lo malo, lo feo, lo bonito, lo artístico, lo no tanto, lo estúpido, lo inteligente, lo aceptable, lo ético, lo moral, blablablá.
Si a alguien le llegaran a interesar estadísticas sobre la lectura en México (reporte ya viejo), Gabriel Zaid tiene un cúmulo de datos por acá.
Imágenes Vía Zonalibre y La piedra de Sísifo
Si a alguien le llegaran a interesar estadísticas sobre la lectura en México (reporte ya viejo), Gabriel Zaid tiene un cúmulo de datos por acá.
Imágenes Vía Zonalibre y La piedra de Sísifo
Prohibido suicidarse
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