La música o el arte menos apreciado

Pretender que Bach, Beethoven, Mozart, Rachmaninoff u Orff son actuales en la escena musical es una ilusión. También lo es el antiguo ritual (que pocos sectarios aún llevamos a cabo) de dedicarse a "escuchar" música sin hacer nada más que esto; así como cuando elaboramos el reporte de ventas del mes, en una empresa en la que no queremos trabajar, no vemos el televisor o "chateamos". La más lamentable de todas las pretensiones, en cuanto a música se refiere, es creer que a los "artistas" (vocablo que María Moliner debería considerar) les interese la música por la música, es decir, el lado artístico de la música.
Toda moneda tiene dos caras y en las divisas del Arte no hay excepción. Hay obras en todo género artístico que cumplen (o quiebran) el canon aceptado en ese momento histórico e incluso entretienen. La literatura es un ejemplo sencillo de exponer pero la pregunta motora de esta reflexión es: ¿cómo es que la música actual mantiene un estatus "artístico"? Aún leemos que forma parte de las Bellas Artes, con justa razón quizás, aunque los autores mencionados al inicio tienen bastante que ver con esta denominación y no así los "artistas" de hoy.
Cada vez que escucho a Philip Glass, mi hermano (quien se bautizó a sí mismo como Choikovsky, después de escuchar el nombre del compositor de "El Cascanueces") pregunta, sincero: "¿Cuándo van a cantar?", escucho a The Who o a Pink Floyd o a The Cinematic Orchestra y pregunta lo mismo. Bien sabemos que la voz, desde los cantos gregorianos hasta la ópera, se considera un instrumento que se añade a un conjunto orquestal o armónico general. Puede ser la "base" de la canción de la misma manera que los violines o las flautas, pero no lo es siempre.
Buscamos letras "inspiradoras" (defina esto como le plazca) en las canciones que escuchamos, un sonsonete pegajoso, un ritmo bailable, etc. ¿Es esto música? Hice un pequeño experimento fallido hace unos momentos: me costó mucho trabajo bailar la "Marcha Fúnebre" de Chopin o la "Metamorphosis II" de Philip Glass, sin sentir que cada paso que daba me conducía directamente al inframundo. ¿Son la voz humilladora del reggaetonero, la cadencia de las caderas (y sus colindancias) de una exótica bailarina o la potencia vocal de una soprano razones "necesarias y suficientes" para denominarlas "música" o, más aún, Arte, por sí solas?
Sonaré ortodoxo comparando a los dinosaurios "clásicos" con la música actual (disculpen la generalización), cómoda y ambiguamente denominada "posmoderna". Tal vez, pero, ¿de dónde salen Philip Glass o Günter Grass en el siglo XX? Del mismo lugar de donde salen Stockhausen y Jorge Enrique Adoum. Hagamos voluntariamente de lado las cuestiones que revelen nuestro bien fundado miedo a las influencias de tales o cuales autores en otros.
También me ha sucedido, en innumerables ocasiones, ganarme el desprecio de los asistentes y trabajadores del Teatro Degollado en Guadalajara (joya de arquitectura e ingeniería) por presentarme a escuchar a los Niños Cantores de Viena o a Adam Golka acompañado de la Filarmónica de Jalisco con un pantalón de mezclilla y una playera que bien podría decir: "Fuck the system" (aunque no lo diga). El único que va a parar las asentaderas a un teatro es el pianista o el director de orquesta y si los hay, no la Sra. Popof o el Sr. Mendezperezgomezjuarez Delacroix (porque todo se pronuncia junto y en una fracción de segundo). El mortal Nástenka visita aquel sacrosanto lugar de los dioses de la mediocridad y la hipocresía con la esperanza de escuchar música en el mejor lugar de Guadalajara para tales fines, y recibe una confusa mixtura entre el hermoso sonido del nuevo piano de la Filarmónica del Estado y la urraca vecina que critica el uso de unos zapatos de tal color con tal vestido (y eso que no vio que yo iba de chanclas).
El gusto artístico permanece como uno de los rincones ignotos de lo conversable, en realidad, el gusto es más como un arma de bolsillo que utilizamos en cada conversación sobre el Arte hasta "asesinar" las opiniones ajenas. El gusto en música es de los más difíciles de diagnosticar como "adecuados" por la sencilla razón de su popularidad. Si quiero dar mi opinión (gusto) sobre el Quijote, primero necesito leerlo, razón casi obvia (pues la mayoría que lo comenta en la calle no lo ha ni hojeado). En música sucede lo mismo, pero es más "sencillo" escuchar a tal compositor que leer al tal Cervantes. La verdad es que no es más sencillo, en realidad, es mucho más difícil para la mayoría de nosotros comprender cabalmente la diferencia entre la armonía y la melodía, una composición tonal y una modal o, en general, las herramientas y técnicas propias de la música como Arte. Y volvemos al inicio, ¿de verdad escuchamos la música que oímos?
No pretendo rebatir gustos, me encanta argüir pero reconozco mi inferioridad numérica y mi vulnerabilidad al publicar en el ciberespacio, así que mejor aplico la sabia rendición anunciada. Luchar contra el gusto es como tratar de convencer a un sordo de que un mudo lo está insultando mientras ríe a carcajada suelta. Sólo intento hacer que el lector que haya tenido la gallardía de llegar acá abajo reconozca su propio conocimiento musical y, sobre todo, el lado desconocido en la música que escucha. ¿Dónde está lo artístico en Britney Spears (musicalmente, lujuriosos) o en Daddy Yankee? Podría aventurar su inexistencia pero, de nuevo, quizás el sonido informe de unos glúteos que se contonean o el ruido de la artillería machista sean el nuevo canon musical. Prefiero no averiguarlo.

Imágenes
Adam Golka en el Teatro Degollado Vía Magazinemx
Philip Glass Vía Institute for Advanced Study
Arte Pop Vía Wil Murray

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